LA PAJARITA DE PAPEL
Soy un tipo duro. O casi. Al menos, intento no dejarme llevar por sentimentalismos. Sin embargo, la reacción del niño al acercar mi mano para acariciarlo, me dejó el corazón encogido, completamente arrugado. Fue un gesto instintivo, de autodefensa, el movimiento del bracito para intentar cubrir su rostro asustado... Parecía un animalito acorralado.
Lo habían abandonado la noche anterior, en los escalones de la entrada del Hospital donde trabajo.
Apenas se movía. Apenas respiraba. Solamente un leve quejido salía de su boca. Y en todo su cuerpo, había señales evidentes, de haber sufrido un brutal castigo. Tendría, tal vez , poco más de un año, el pelo casi rojizo y su ropa estaba limpia, así como la mantita que lo envolvía.
En la primera exploración descubrimos alguna costilla hundida, grandes hematomas en el pecho y en los muslos, la nariz y los labios hinchados... Pero lo que más impresionó a todos, fueron sus ojos grandes, huidizos y asustados, que miraban sin expresión a todas partes, sin detenerse en ninguna.
Curamos sus heridas y poco a podo se fue recuperando físicamente. Pero permanecía insensible a toda muestra de afecto. No aceptaba caricias, alimentos ni juguetes... No sonreía ni hablaba ¿sabría hacerlo?, nos preguntábamos angustiados. Era como un muñeco, sin alma...
Aquella tarde, la doctora Dupont, le trajo una caja de golosinas. Intentó que cogiera una en su mano: inútil. Tampoco consiguió que le sonriera o que despegara los labios.
Casi de forma inconsciente, cogí el papel amarillo brillante, que había envuelto la caja y que estaba sobre la cama. Era un cuadrado perfecto y maquinalmente comencé a plegarlo en cuadrados menores. Mientras lo hacía, noté que sus ojos seguían el movimiento de mis dedos, con una cierta atención. Ilusionado seguí doblando, hasta completar una hermosa pajarita y se la ofrecí con mi mejor sonrisa suplicante... Y entonces, por primera vez, alargó la manita para cogerla, mientras una hermosa y tímida sonrisa iluminaba sus ojos, hasta entonces inexpresivos... Fue el primer paso. La pajarita de papel amarillo, lo había conseguido.
Han pasado cinco años. Iván es ahora, un muchachito simpático y maravilloso. Y es el mayor de mis tres hijos.
Algún día tendré que explicarle, qué hace esa pajarita de brillante papel amarillo, en la primera página de su album de fotos.